Madre divorciada…

Madre Divorciada...

Recuerdo que esa palabra “Divorcio” la veía muy muy lejana, mi educación familiar fue tan bella que esa palabra en mí era simplemente impensable.

Al pasar el tiempo la vida me dio la oportunidad de hacer mi propia familia, me casé muy enamorada y tuve dos hijos preciosos. Mi vida en matrimonio tenía lo que todas, momentos felices y otros de retos, tuvimos “las buenas” y también “las malas” y después de 14 años de casada un día mi amor ya no fue correspondido y tuve que decidir por el divorcio. Me fui de esa relación con lo mejor de mi vida: mi dignidad y mis hijos.

Ahí comenzó una nueva etapa en mi vida que jamás soñé vivir, ser madre divorciada de dos hijos, ellos tenían 7 años (niño) y 11 años (niña), y claro que a ellos también les tocó vivir algo que no pidieron.

Yo tuve que replantear mi vida pensando primeramente en la de ellos, en mi caso nos cambiamos de ciudad, de casa, de escuelas, de rutinas, ya que me puse a trabajar para sacarlos adelante; mi prioridad era la felicidad de mis hijos, y para eso tenía que ser feliz yo.

Me propuse que a ellos jamás les faltaría ropa, educación, comida, techo, una cobija en tiempo de frío y sobre todo que siempre tuvieran mi abrazo cálido. Aunque fuéramos una familia “disfuncional” nuestro hogar sería funcional, con amor, libertad, valores y respeto. Eso era lo que yo había aprendido en mi familia de origen y era momento de demostrar de qué estaba hecha para ellos.

Juntos inventamos esta nueva forma de vivir y conforme pasaba el tiempo íbamos enfrentando y resolviendo los momentos que la vida nos mandaba, vivir la adolescencia de ambos no fue fácil pero si muy satisfactoria, cada reto superado, cada logro celebrado, iba sembrando en ellos la semilla necesaria para rendir frutos futuros en ellos.

Han pasado ya 11 años de mi divorcio, y he logrado a base de mi esfuerzo tener una familia unida y feliz. Sí se puede lograr formar un hogar cálido donde los miembros se sientan pertenecidos, amados, respetados y libres aunque “falte” un miembro, el rol de madre es tan poderoso que logra compensar esos huecos en los hijos.

Mi hijo es un joven sano de 18 años estudiante de Ingeniería Industrial, y mi hija una bella estudiante de Ingeniería Administrativa. Ambos viviendo lo que les tocó vivir, aprendiendo de mi ejemplo, de mis logros y fracasos y adaptándose día a día a lo que la vida nos regala. Aprendiendo juntos que el éxito no se mide por todos los triunfos, sino en cómo se supera la derrota.

Sigo caminando con ellos de la mano, mi labor no tiene fin, sigo en mi lucha por hacer de ellos personas de bien que respetan su entorno, su mundo, la naturaleza, el trabajo, y sobre todo a sus semejantes. Necesitamos un mundo mejor para ellos que el que tuvimos nosotros. Y a pesar de todo les dejo a mis hijos este mensaje: El mejor estado del ser humano es el matrimonio.

Linda Deyanira García Valdez

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *